20 de mayo de 2012

Los cambios

Si hay algo que nos atemoriza eso son los cambios.
El cambio provoca una diferencia de condiciones, de circunstancias y, por lo tanto, un esfuerzo por nuestra parte de adaptarnos a ellos: deberemos utilizar diferentes habilidades, diferentes comportamientos y estos darán diferentes resultados. Todo ese cúmulo de incertidumbres (¿serán buenos mis comportamientos? ¿darán buenos resultados? ¿sabré adaptarme a las nuevas circunstancias?) suelen provocar estrés.
Aunque muchas veces deseamos que nuestras vidas cambien, cuando eso ocurre nos estresamos. Sentimos una serie de emociones que en sí no son buenas ni malas. Todo depende de cómo etiquete eso que estoy experimentando. Si esa inquietud, ese 'no saber', ese estar en un campo desconocido (o no tan conocido como lo que ha sido lo habitual en nuestras vidas) lo etiquetamos como un cambio positivo, aunque tengamos estrés este lo sentiremos como un conjunto de sensaciones positivas. Por ejemplo, es indudable que un cambio de trabajo, un cambio en la situación personal (como contraer matrimonio o decidir convivir con la pareja) son cambios que etiquetamos como algo positivo en nuestras vidas. Por ello, las sensaciones de inquietud, nervios, incertidumbre... que seguro experimentaremos, las sentiremos como positivas.
En cambio, si el cambio que experimentamos lo etiquetamos como un cambio negativo o no deseable (un despido, una separación de nuestra pareja, etcétera) aunque lo que sentimos es idéntico a lo que sentiríamos en las anteriores situaciones, esta vez las sensaciones que experimentemos, las sentiremos como algo negativo.
Resumiendo, sentir no es bueno ni malo. Es. Nosotros etiquetaremos si eso que sentiremos es positivo porque emana de un cambio deseable o es negativo porque lo hace de un cambio no deseable.

13 de mayo de 2012

Viajar en el tiempo

La única parte de nuestro cuerpo que si tiene la facultad de viajar en el tiempo es nuestra mente: con ella viajamos al pasado, recordando, revisando lo que nos sucedió, lo que vivimos. Con ella también viajamos al futuro elucubrando, haciendo previsiones e incluso fantaseando con situaciones que no hemos vivido.
A todos nos gusta tener una sensación de control, de saber qué hacer y qué va a ocurrir sin tener muchas posibilidades de errar. La mente nos ayuda a hacer buenos balances para tomar decisiones. 
El problema surge cuando damos algunos pasos más. Cuando, al revisar el pasado, nos dedicamos a torturarnos porque algo salió mal, a reprocharnos el no haberlo hecho de otra forma. O cuando al mirar hacia el futuro nuestros supuestos, se convierten en certezas ('seguro que ocurre...'). Si estas certezas son positivas (auguramos cosas buenas) nuestro ánimo presente  se esponja, nos sentimos bien y sentimos deseos de andar hacia delante. Si estas certezas son negativas (pensamos que nos van a pasar cosas negativas) nuestro presente se nubla: tenemos sentimientos negativos, nuestro ánimo decae y nos paralizamos porque andar supone ir hacia ese futuro que tememos.
Es cuando aprender a utilizar correctamente nuestra capacidad cognitiva (de pensamiento) se hace necesaria: nos merecemos una vida buena y para ello, nuestro pensamiento debe ser una aliado, no un problema.
La terapia no sólo sirve para aquellas personas que tienen un diagnóstico clínico, aquellas que sufren cualquier tipo de trastorno, sino que también puede ayudar a que nuestra vida sea más sana aprendiendo a utilizar más correctamente nuestra mente. La terapia no sólo mejora, sino que desarrolla, nos hace crecer.